MANUEL ANTONIO






19 de febrero

A la mañana siguiente nuevo taxi, ya sin “presas” a la estación de la Coca Cola para tomar el bus a Manuel Antonio. los precios de los “tiquetes”,comprados la tarde anterior, son muy baratos, unos 5 €, y la comodidad de los buses es aceptable.

Desayunamos en una soda donde probé un pescado marinado riquísimo ¡a las 7 de la mañana! Nos acomodamos en el bus en asientos numerados al lado de Mauricio y family.

El trayecto supone atravesar la Cordillera Central hasta la costa del Pacífico, luego, por la carretera Costanera se llega hasta Jacó, Quepós y Manuel Antonio. El paisaje es cambiante: de los pastos de montaña se pasa a la llanura tropical donde destacan las plantaciones de palmeras. Atravesamos el río Tárcoles, donde habitan cocodrilos americanos a razón de 3 y medio por cada kilómetro lineal. Se les puede ver tumbados en el ribazo, calentándose al sol.

Después de 5 horas y media para 190 kilómetros llegamos a la playa Espadilla en la entrada del parque de Manuel Antonio; hay unos cuantos pequeños hoteles y un par de restaurantes; se considera un lugar muy turístico ¡pero no es así considerando los niveles a los que estamos acostumbrados en España!.

Aquí estamos buscando hotel en medio de un calor y sofoco enorme a las dos de la tarde. Tras varios intentos logramos conseguir uno aceptable por 40 euros la noche, el Coco Beach Hotel. Antes, un caza turistas nos llevó a unas cabinas llevadas por un colgao vasco, nos pedía 33 euros por un cuchitril mal oliente, le dijimos amablemente que a engañar a San Sebastián y entonces nuestro guía nos llevo a otro aun peor, eran cabinas como jaulas de prisión con literas muy cutres, las cabinas Ramírez. Aquí logramos deshacernos del guía y encontramos el hotel Coco Beach; habitaciones muy limpias con televisión y aire acondicionado a 100 metros de la playa por 40 euros la noche sin desayuno. No tenía restaurante, así que nos fuimos a comer a El Atardecer, en el centro de la playa. Yo probé de nuevo el ceviche de corvina, al que me he aficionado en Costa Rica, me lo pido siempre con la cerveza Imperial. Rafa siempre toma ensalada de palmito y aguacate, un clásico del país. Se come bastante bien y con variedad, siempre pagamos menos de 10 euros cada uno incluyendo varias cervezas y siempre en restaurante bastantes buenos, por ejemplo, esa noche cenamos en El Avión, uno de los restaurantes mejores de Manuel Antonio, un edificio espectacular de madera tropical colgado de una colina rodeado de selva y con el mar debajo. Aquí he pillado un fuerte resfriado por que la noche estaba lluviosa y los ventiladores los ponen a tope en todos los sitios. En los bares de la playa sirven estupendos mojitos y margaritas, valen 2.80 euros.

Todos los establecimientos son muy turísticos y más caros de los normal porque Manuel Antonio es lo mas "fashion" de las playas del Pacífico. La zona es un paraíso, aunque no se puede considerar ideal para un turismo de sol y playa porque, aunque las playas son perfectas, con arenas blancas, cocoteros, aguas cálidas y selva alrededor, llueve todos los días y el agua no suele estar clara sino llena de restos vegetales. Esta tarde nos dimos el primer baño en el Pacífico.


El segundo día en Manuel Antonio lo dedicamos por entero al Parque Nacional. Compramos agua y bocadillos y a las 8 de la mañana penetramos en el parque por la entrada de la playa. Antes de acceder a la taquilla se pasa por una laguna con un cartel avisando “ Aquí habitan cocodrilos. Precaución” Así desaniman al que quiera colarse por el agua. Nada más entrar en el parque encontramos la primera playa desierta que invitaba al baño, el cielo estaba azul y el calor ya apretaba bastante.

Hay muchos grupos de turistas con guías; paran al lado del camino y enfocan unos prismáticos con trípode para intentar ver algún bicho; te preguntan ¿Lo ves? ¿Lo ubicas? Y nosotros no vemos nada de nada...pero al final les dices que sí porque da vergüenza reconocer lo cegato que eres. A pesar de todo, hemos visto iguanas, perezosos, tapires, monos araña, y sobre todo monos carablanca que se abalanzan abrir las mochilas y llevarse la comida de los turistas.

Recorrimos tres rutas de unos 10 kilómetros en total. Lo mejor fue el sendero de la catarata, una trocha que se interna en la selva con tramos abierto a machetazos, entre lianas y plantas exuberantes. Se llega a una pequeña catarata, con poca agua porque ahora es la estación seca, donde nos bañamos para refrescarnos. Estábamos solos en medio de la selva y a veces daba un poco de aprensión por el ruido de los animales y el miedo a desorientarse si te sales del sendero. El calor y humedad es extremo, pero lo bueno es que ni hay mosquitos ni el sol te llega a quemar porque sus rayos no penetran hasta el sotobosque.





Después de las caminatas matutinas por el Parque Nacional, comimos en la playa rodeados de iguanas y monos. Dedicamos la tarde al baño, el sol quemaba mucho pero nos podíamos proteger bajo la copa de los árboles, abundan los manzanillos, cuyo fruto es una baya diminuta con olor a manzana, el almendro, nada que ver con el de Europa, guayabos, árbol del cacao y cientos de especies más.

A las cuatro salimos del parque y paramos en el Café del Mar a tomar una Imperial; de repente empezó a caer una tromba de agua que nos retuvo dos horas en el bar; creíamos que se inundaba todo, luego siguió lloviendo más dulcemente toda la tarde y la noche.

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